viernes, 22 de junio de 2018

También es el amor quien muere.


Las estaciones son también una frontera, son lugares de nadie, un paréntesis entre dos realidades: la ciudad que se abandona y la ciudad a la que se llega. Paris – Austerlitz, la novela póstuma que nos dejó el que fuera quizá el último gran narrador de la realidad social patria, Rafael Chirbes, toma como título el nombre de la famosa estación parisina. Quizás sea por esa razón: porque la gare d’Austerlitz es la puerta de entrada a la ciudad donde el narrador de esta historia huye de su entorno y de sí mismo, el pórtico que sirve, como dijo el poeta, para dejar atrás padres y patria, para sentirse más libre para siempre. Porque, como en el poema de Gil de Biedma, es esta una historia de casi amor

Chirbes abre magistralmente Paris-Austerlitz con una imagen que permanece en la memoria durante toda la lectura: una de las últimas visitas del narrador a su ex amante en el Hôpital Sain-Louis, la tregua que representa la misma y el dolor de la despedida. Una introducción que sirve al lector para situarse ante el tono y la temática que se tratarán en la obra. Así, en la novela, la voz narrativa, un joven pintor madrileño que huye a París del ambiente restrictivo de su aburguesada familia, recuerda – desde el final – la relación amorosa que mantuvo durante casi un año con Michel, el maduro obrero francés que ha sido víctima de “la plaga” – como se hace referencia en la obra al SIDA –. En ese sentido, el lector se enfrentará a las diversas fases de dicha relación: el febril enamoramiento inicial, el estancamiento y la aparición de la desidia y del aburrimiento y, finalmente, la “amistosa” ruptura – y con ella la enfermedad y la degradación –. 

Como toda gran literatura, buena parte de la novela se construye a base de contrastes. Importante me parece en ese sentido el espacio donde se desarrolla la narración. La ciudad de París es vista al principio por el narrador a través del prisma de la idealización, la urbe a la que huir del ambiente represivo de la sociedad española y de la moral burguesa de su familia en una suerte de viaje iniciático hacia la metrópoli que enarbolaba por aquel entonces las banderas de la libertad individual y la vanguardia cultural. Como tantas otros figuras y personajes literarios – tómense los casos de Juan Goytisolo y su personaje Álvaro Mendiola, de Vila-Matas o, por citar un nombre de la tradición anglosajona, de Paul Auster – el joven pintor viaja a la capital francesa porque es el lugar donde se debe estar si se quiere triunfar en el mundo del arte, pero, como le ocurrirá al protagonista de Señas de identidad, el desengaño pronto se apoderará de su mirada. Aparece así París como una gigantesca urbe gris donde el único refugio del egoísmo y la deshumanización – en Paris chacun por soi, repite el amante en varias ocasiones – es, al menos al comienzo de la relación, el amor de Michel.  

Otro espacio clave para la interpretación de la novela es el humilde apartamento del obrero francés, así como el barrio marginal en el que vive. A través de Michel, su cicerone, el joven burguesito consigue bajar a los infiernos de la marginalidad, manifestando así una rebeldía juvenil que no se llegará a consumar. Familias de inmigrantes hacinadas, cuartuchos inhabitables, tugurios donde se trafica, se consume y se llevan a cabo una serie de prácticas que abarcan todo el abanico de la ilegalidad. No obstante, aunque su relación con Michel le permite acceder a esos ambientes y conocerlos, jamás logrará ser uno de ellos, jamás logrará adaptarse, pues siempre queda esa marca de clase que hace que los otros le vean como a un extraño, como a alguien peligroso. Es esta una de las fronteras que mejor traza Chirbes en su novela: las diferencias de clase, al contrario de lo que nos venden, no se han difuminado ni han desaparecido, sino que siguen ahí latentes, siendo un elemento distanciador prácticamente insalvable. De hecho, esa será una de las principales diferencias que, de acuerdo con mi lectura, provocarán la separación. Por otra parte, como ocurre con el conjunto de la ciudad de París, en la relación del narrador hacia la vivienda de Michel vemos un progresivo avance del desengaño. En las etapas iniciales del amor, el angosto hogar del obrero aparece como un refugio cuando no se tiene a dónde ir, una guarida donde estar a salvo del acechante mundo exterior. Sin embargo, con el desgaste del romance, se torna en un espacio opresivo donde la falta de luz para pintar funciona como un símbolo de la falta de aire que dice sentir la voz narrativa; es decir, de la subordinación y el abandono de los propios deseos y ambiciones por culpa de la relación.

Porque tal vez el contraste más importante de todos los que se exponen en la obra sea el de las dos maneras de entender el amor que en ella vemos. Por una parte, para un Michel que ha sido criado en la pobreza y con un historial familiar cuanto menos oscuro, una relación amorosa es un vínculo necesario para vivir, algo sin lo cual no se puede seguir adelante, alguien por quien renunciar a aspiraciones e inquietudes y a quien someter tu vida. El narrador recuerda que Michel comentaba que era algo heredado de su madre, que tiene una relación poco satisfactoria con su padrastro, un tipo cercano a ambientes mafiosos. Cabe puntualizar aquí que el amante francés suele achacar muchos de sus defectos a dicha herencia: sus celos obsesivos, su alcoholismo e incluso se atisba una referencia a la tendencia suicida de su padre biológico. Por otro lado, el narrador, personaje totalmente opuesto al de Michel en cuanto a ambiente familiar, procedencia de clase o formación, se da cuenta de que tiene una visión sobre el amor radicalmente opuesta que la de su amante. Aunque es un hombre idealista que ve en las relaciones amorosas una posibilidad de trascendencia, tras los primeros meses de amor desenfrenado, el viaje que realiza a Madrid para visitar a su padre enfermo y volver a reconducir su situación familiar hará que se de cuenta de la toxicidad de su relación con Michel. En ese sentido, debemos destacar la siguiente reflexión del narrador: No pasa nada si uno vive solo. No se puede vivir sin agua, o sin aire, pero se puede vivir sin compañía.

Es entonces, en el momento en el que el narrador cae en la cuenta del ahogo en el que vive, cuando decide abandonar el apartamento de Michel – sirviéndose el señorito burgués, eso sí, del dinero de su familia –, y le da así prácticamente la puntilla a la relación. En este punto de la novela está seguramente la clave para interpretar la misma. Pues, después de que el narrador rompa con Michel, este comienza a reproducir conductas tóxicas y, seguramente por despecho y a modo de venganza, comienza una breve aventura en la que quizá contrajera la fatal enfermedad. En ese sentido, la novela de Chirbes realiza de manera implícita una interesante reflexión metaliteraria sobre la escritura. Así, el narrador escribe la obra ya desde Madrid, una vez que ha normalizado su situación dentro de los límites impuestos por el ambiente burgués de su familia – El joven clochard vuelve a la clase que abandonó por vacaciones, como le recrimina Michel –. La escribe, además -y he aquí lo importante –, cuando la muerte ha acabado con cualquier posibilidad de redención, cuando es imposible volver atrás, a la estación de partida y la escritura es la única respuesta posible para ajustar cuentas con la realidad y enfrentarse al sentimiento de culpa que se atisba en la novela y que es el motor ficcional del libro. Escritura como una suerte de confesión, escritura para fijar el amor que fue y que ya nunca más podrá ser, escritura como única manera de organizar y entender aquello que pasó. 

En relación con lo comentado anteriormente acerca del papel de la escritura dentro de la propia ficción, debo puntualizar que posiblemente aquí esté una de las pocas fallas de la obra. Así, se dice que el narrador escribe el texto que estamos leyendo en un solo día – pues recuerda que ha recibido la carta con la fatal noticia esta mañana –. Por ello, cabe preguntarse, ¿es verosímil que el personaje escriba en apenas unas horas un escrito que al propio autor le llevó casi dos décadas concluir? Asimismo, es posible que el lector que se acerque a la novela se encuentre con deseos de ahondar más en la historia, pero la propia brevedad y concisión del autor son un acierto que aporta realismo y riqueza a la obra a través de los vacíos y los matices presentes. En relación con esto, estructuralmente se rompe en la novela con la linealidad argumental del relato – hay distintos saltos temporales, entran recuerdos de la infancia de Michel, se vuelve a avanzar a las etapas finales de la enfermedad…–, lo que, en mi opinión, es un logro del autor, pues requiere de un “lector cómplice”, como lo bautizó Cortázar, que rellene esos vacíos en la historia y les aporte significación para completar el puzzle literario. Así, desde mi punto de vista los logros narrativos de Chirbes en esta novela superan con creces los posibles errores. El tono de intimidad del relato lo acerca a la confesión, el ritmo fluido de la prosa hace que te sumerjas en la lectura y sea difícil dejarla de lado y, a pesar de la brevedad de la novela, hay multitud de elementos y detalles alrededor de la trama argumental que desprenden un gran realismo. Entre ellos, podemos citar las canciones de Brassens o Hallyday, los versos de esas mismas canciones que Michel repite como manera de comunicarse indirectamente, los cuadros de Matisse o la continua aparición de breves frases en francés, idioma introducido en la obra como lengua de la intimidad y la cotidianidad, del recuerdo de la relación amorosa. En suma, la prosa de Chirbes tiene la ligereza y la levedad de un relato breve, el realismo y la profundidad de las mejores novelas y numerosas imágenes de un gran valor poético.

En definitiva, la última obra de Rafael Chirbes se aleja de esas grandes novelas en las que el autor diseccionó la degradada sociedad de nuestro tiempo – como Crematorio En la orilla– para recuperar la prosa poética y el tono íntimo de sus primeros libros. Se acerca así a la ambientación de novelas como Mimoun, aunque, en mi opinión, Paris – Austerlitz representa un paso más en cuanto a riqueza textual y a depuración de la prosa. Una novela desgarradora que trata de acercarse al amor y sus misterios, a sus cloacas, a sus amagos de trascendencia, a sus reproches, a sus miradas cómplices y su dependencia. Porque, como se dice en la novela, el amor es simplemente ese fuego que se enciende porque sí y se extingue sin saber por qué.