viernes, 25 de noviembre de 2016

Dos poemas

                          I

Escribo una palabra y no encuentro
mis manos. Si aún intento alzar la voz,
palabras yertas flotando en el viento
que descubro ajenas con signo atroz.
Alguien dice mi nombre... Llamamiento
lejano que se consume veloz.
Sé que no hay hombre más solo que aquel
extraño dentro de su propia piel.
                   
                          II

Pero amanece también algunos días.
Al parecer es posible ser valiente
-o intentarlo-, conquistar la alegría
-o intentarlo- cuando, de repente,
la irrupción de un abrazo todavía
justifica todo el mal que se siente.              
Porque, abandonado aquí a tu suerte,
solo el amor te salvará de la muerte.








sábado, 27 de agosto de 2016

El niño y el mar #relatosdeverano

Cuando, tras luchar desaforadamente contra el vaivén de las olas, Pablo, que ya era todo un hombrecito de doce años, salió del agua, se encontró con que su hermana y su madre estaban recogiendo conchas en la orilla. Era la segunda vez que el niño veía el mar; sin embargo, era en esta ocasión cuando estaba descubriendo la fiereza y la dulzura del juego interminable de olas y mareas. La familia al completo -una pareja de unos treinta con dos niños que parecían haber sido sacados de un anuncio, Pablo y su hermana pequeña- había llegado ese mismo día a la costa mediterránea dispuestos a veranear allí durante un par de semanas.
Al cruzarse el niño con ellas en la orilla, las mujeres de la familia le pidieron que ayudara en la tarea, pero la idea le provocó un gran rechazo desde el primer momento. Aunque a su hermana pequeña le encantaban, Pablo no podía entender la gracia de recoger esa especie de cáscara que tenían los moluscos. De hecho, al niño las conchas le parecían un vestigio de la muerte; un recuerdo de que allí dentro había existido vida y que, como todo, había acabado. Y sin embargo, ahora se las llevaban los turistas como un simple souvenir de sus vacaciones de verano. Al crío, que desde pequeño tenía una forma fija de mirar a su alrededor, le vino una imagen oscura a la cabeza: pensó que si en lugar de conchas hubiera esqueletos entre la arena, nadie se tomaría la molestia de agacharse a recogerlos como si de un tesoro se tratase. Es más, la gente sentiría pavor. El mismo pavor que recorrió el cuerpo de Pablo el segundo en el que pasaron por su mente estos pensamientos. Tras la reflexión, aquello llegó a parecerle incluso un cementerio.

   -Llama a la funeraria para recoger cadáveres- fue la contestación del niño al pasar corriendo camino de su toalla y su castillo de arena.
De la boca de su madre, sorprendida con la respuesta, brotó una carcajada larga que vibró por encima de la brisa marina unos segundos. "Este niño” pensó, “¿De dónde sacará esas ideas?”
Al abandonar la playa, la familia volvió al coche y la madre y su hija dejaron en el maletero el tesoro recolectado durante el día dentro de una bolsa de plástico. Habían cogido conchas de todo tipo de color y tamaño y ya pensaban utilizarlas para adornar tal cuarto, para hacer collares y pulseras, un cenicero... El día a ras de orilla había llegado a su fin con la celeridad que la felicidad impone a sus instantes. Pero Pablo sabía que mañana habría una playa nueva tras la frontera de la noche.
Al día siguiente, la familia, tras un corto trayecto en coche desde el hotel donde se alojaban, llegó al destino previamente marcado para pasar la jornada estival. Llegaron a una cala virgen rodeada de acantilados que caían casi verticalmente hasta toparse con el eterno golpear del mar. Era un lugar salvaje, escarpado y paradisíaco. Para llegar a la orilla había que seguir un sendero angosto entre los pinos durante más de diez minutos con la sombrilla a cuestas y el bochorno de las doce de la mañana caldeando el ambiente. Sin embargo, el esfuerzo merecía la pena por ver el limpio paisaje que se abrió ante los ojos de los miembros de la familia al dejar atrás los últimos árboles. El día estaba gris. Nada más entrar en contacto con la arena, Pablo tiró al suelo la camiseta y la toalla que había llevado durante el camino y, corriendo, fue a darse el primer baño del día.

   -¡Hijo, vuelve aquí!- gritó su madre sin obtener respuesta al tiempo que el chiquillo empezaba a zambullirse en el agua. -Anda cariño, ve a echarle un ojo. Hoy está el mar revuelto.- le dijo a continuación a su marido.
Así, tras colocar la sombrilla, las toallas y demás enseres, el padre se dirigió al agua para bañarse con su hijo. Pero al llegar a la altura en la que el agua y la arena discuten en la orilla, se dio cuenta de que hacía ya unos segundos que había dejado de ver la cabeza del niño tras pasar una ola. Alarmado, corrió mar adentro hasta lograr acercarse al cuerpo exangüe del niño, que flotaba y era arrastrado por la corriente. Al llegar a su altura, cargó con su hijo intentando llegar a la orilla al tiempo que las aguas tiraban de ellos mar adentro.
Una vez fuera del agua, la madre y su hija recogieron todo rápidamente y subieron en dirección al aparcamiento mientras el padre cargaba con el cuerpo del crío. Cuando por fin llegaron al coche, el hombre colocó a toda prisa el cuerpo de su hijo en la posición del copiloto cuando, de repente, un grito le sobresaltó. La madre había abierto el maletero, y lo que allí contempló la había atenazado: la bolsa de plástico estaba rota y, encima de ella, en lugar de conchas no había más que huesos.

miércoles, 15 de junio de 2016

Mañana será otra vez mañana

 Y mañana será otro día tranquilo
un día como hoy, jueves o martes,
cualquier cosa y no eso
que esperamos aún, todavía, siempre.

Ángel González

Puede que mañana el hastío
se desvanezca de repente.
Mañana las lluvias limpiarán
los corazones ahogados en su llanto.
Mañana será el día. El día que,
sedientos, esperamos.

Seré feliz, mañana;
dará paso el miedo a esa
valentía inusitada, casi en peligro
de extinción.
Mañana la ciudad, extendida
en la noche, abrirá sus calles
a los enamorados.
Acabará la hipocresía, mañana.
No será el amor en balde, mañana.
Venceremos a las sombras, mañana.
Se detendrá el vuelo de las bombas
un día como mañana.

Y mañana estará otra vez
mañana en el mismo horizonte.
Volveremos a pensar
entonces en el fatídico día
que no verán jamás los ojos
sobre la faz de la tierra.

Siempre así

Siempre comienza así: con la muerte.
Hilo de luz por nubes cercado.
Solo al despertar sabe el que ha soñado
la falsedad de esa ilusión inerte.

Solo cuando la inocencia advierte
el rumor del agua que ha pasado
-nada trajo, poco se ha llevado-
siente que no cambiará su suerte.

Solo hay alegría si hubo tristeza.
Solo vibra el silencio tras el ruido
dejando al descubierto su firmeza.

Y al estallar el último latido,
flor rasgada, tenemos la certeza
del sueño que se ha ido: haber sido...

Búsqueda

En la opacidad de la noche
entre sombras, gatos vagando en los tejados
y farolas solitarias,
el vaho de mi aliento cansado
anda buscando una chispa
que revolucione su existencia:
Un hilo de luz desgarrador
entre las nubes del cielo gris.
Ando buscando ese algo
que no quiere que lo encuentre.

IV

Tú que amaneciste
mis sombras con tu luz,
déjame perderme en el silencio
ante tu ocaso
que, vagabundo errante,
volveré a habitar
la noche de los tiempos.

Esperaré en los miradores
del recuerdo
para ver nuevamente
la marejada de tus ojos
y, entonces,
levantaré los párpados
y empezaré a olvidarte.

sábado, 12 de marzo de 2016

Tengo

Tengo flotando un presente
que no existe, mas me nombra
y un diálogo constante
con la última sombra.

Tengo mi puño cerrado
brutalmente, por no dejar
escapar de mi cuidado
unas lágrimas de azahar.

Tengo firme y vibrando
un muro sin suerte
con arañazos dejando
entrever jirones de muerte.

Aún tengo en este vacío
una luz, un deseo angosto:
unos ojos nunca míos
donde ver al fin mi rostro.

lunes, 1 de febrero de 2016

III

Nosotros, los jóvenes,
tenemos que secar los jardines
del recuerdo, olvidarnos del ayer.
Tenemos que abandonar las utopías,
ser sensatos, resignarnos a perder.
Tenemos que utilizarnos sin despecho,
tenemos que llorar matando,
que mirar sin ver.
Tenemos que llevar la contabilidad
del corazón, caricias de papel.
Tenemos que comprarnos
y vendernos.
Tenemos que vivir entre fronteras
presos de una sola piel.

Tendremos que aceptar el desengaño,
tendremos que empezar a comprender
con el goteo de los años
que la vida era aquello que se fue.
Tendremos que morir viviendo,
que sufrir callando,
que siendo, dejar de ser.
Tendremos que asomarnos al espejo,
velado y turbio, y mantener
la mirada a ese reflejo
cercado por una sombra
que no deja de crecer.